sábado, 18 de octubre de 2014

Platón - La República (Libro X: La poesía).

La poesía es una de las artes más antiguas en Grecia y su legado aún permanece inexorable hasta nuestros días. Sin embargo, la dureza con que Sócrates se refiere a ésta llama la atención. Su visión es totalmente contraria a la que postularía más tarde Aristóteles quien da a la poesía una oportunidad de expresión retratada en su libro ''Poética''. Veamos que tiene que decir el filósofo con respecto a uno de los artes más antiguos.

Definiciones: 

(1) Pathos: Palabra griega que significa ''pasión'' (πάθος).

(2) Nomos: Palabra griega que significa ''ley'' (Νόμος).

Referencias:

(1) Se hace referencia a Dios, ya que solo un Dios sería el constructor de todas las cosas.

(2) En el libro Fedón se ven todas la características platónicas del alma.

Libro X

Capítulo I
Sócrates-Glaucón
Sobre la poesía imitativa

Sócrates adhiere a la conversación hablando sobre la poesía. Desde el principio, Sócrates rechaza la poesía imitativa debido a su lejana proximidad con la realidad. Tengamos en cuenta que si queremos deleitarnos con algún arte, éste debe ser el que posea como cualidad el bien en sí mismo, puesto que la imitación es solo un alcance a la realidad y no la realidad en sí misma. Además, consideremos que la imitación podría estar relacionada forzosamente con el mundo de las imágenes correspondientes al fondo de la caverna. Estas son unas de las razones por las cuales Sócrates rechaza fervientemente la poesía imitativa.

De todas formas, aunque pueda quedar claro el concepto de imitación, Sócrates quiere ahondar un poco más. Para hacerlo, Sócrates le pide a Glaucón que lo analice de la siguiente forma:
  • Tenemos dos conceptos: Cama y mesa.
  • Tenemos dos artesanos que construyen estos muebles.
  • Sin embargo, los dos construyen los muebles a partir de ideas que tienen de estas. 
Por lo tanto, no existe un artesano que pueda concebir la idea misma de su arte. Sócrates le dice a Glaucón que existe otro artesano que puede crear con sus propias manos todas las cosas de los otros artesanos y además, todas las cosas del mundo. Glaucón sorprendido dice que seguramente está hablando de un Dios o algo parecido. Sin embargo, Sócrates dice que esto no sería difícil para un artesano, lo podría hacer, pero estas cosas no corresponderían a la realidad, sino más bien a las apariencias. El artesano que corresponde a este creador de cosas, es el pintor.


Capítulo II
Sócrates-Glaucón
Sobre la imitación

Por lo tanto, el pintor solo puede representar la realidad. Ahora, el artesano que construye camas, también estaría creando apariencias, ya que solo está reproduciendo la idea de una cama en sí. 

Sócrates no queda satisfecho y comienza a distinguir a los artesanos que se pueden describir:
  • Tenemos la primera idea concebida de una cama. Construida por un dios(1).
  • Luego tenemos la cama hecha por el carpintero.
  • Y finalmente la cama hecha por el pintor.
Así, dios sería el creador de la idea original de una cama mientras que el carpintero sería el creador de la cama determinada en cuanto a lo material; sin embargo, el pintor no participaría de la creación del mismo objeto. Por consiguiente, así como el pintor está en esta tercera posición en cuanto al creador de un objeto, el escritor de tragedias también se encontraría en este lugar. 


Capítulo III y IV
Sócrates-Glaucón

Existen muchos autores trágicos que tratan de plasmar en sus obras, la realidad que les rodea. Unos por ejemplo van más allá de ellas e inventan sus propias historias o fábulas y otros se encargan de describir la realidad de un pasado como lo hizo Homero en la ''Ilíada'' y ''La odisea''.  No obstante, los poetas como Homero no son reconocidos por la guerra ni por la medicina, sino por sus escritos, ya que él trata de imitar la guerra y trata de imitar al médico en sus obras; entonces, el poeta solo sería relator de cosas en apariencia y no de la realidad. Por otra parte, si el poeta quisiera ser reconocido por tales disciplinas, tendría que saber un poco más de aquellos objetos reales; por ejemplo, la verdadera descripción de la guerra.

De esta forma, los poetas también estarían considerados en la tercera categoría igual que el pintor. Solo pueden retratar la realidad de forma aparente sin la necesidad de saber que son realmente los objetos. Entonces, se desprende que cada objetos hay tres artes distintas:
  • El saber utilizarlo.
  • El saber fabricarlo.
  • y el saber imitarlo.
El primero será quien diga al fabricante como debe diseñarlo, ya que es él quien conoce el buen y mal uso de dicho objeto. Luego tenemos al fabricante de objeto quien sabe de las características adecuadas que debe tener dicho objeto, puesto que la persona que lo usa le cuenta como lo puede hacer de mejor manera. Por último, tenemos al imitador quien no necesariamente debe saber de un objeto para retratarlo, sino que solo los construye en apariencia, en imágenes.

La imitación entonces estaría tres veces alejada de la verdad.

Capítulo V
Sócrates-Glaucón


Hay algunos objetos que nos parecen de determinada forma cuando nos acercamos a ellos y cuando nos alejamos. Pero para determinar las verdaderas dimensiones de los objetos sin dejar que nos engañen, usamos el peso, el volumen, la medida y el número. 

Por lo tanto, tenemos dos impresiones (por decirlo de alguna manera) , una que nos da la percepción a simple vista en relación a la distancia con la que vemos un objeto y otra que tiene que ver con la medición de todas sus características. La Segunda será la que deberá prevalecer el alma si se quiere conocer la verdad y la primera formará parte de las cosas negativas y viles que pretenden engañarnos. 


Capítulo VI
Sócrates-Glaucón

Desde otra perspectiva, el hombre puede sentir dos cosas contradictorias a la vez debido a que en él mismo tiene elementos distintos para cada sentido. Sin embargo, el sentido de la ley y la razón siempre va a imperar por sobre el otro sentido que tenga que ver con el descontrol. Por ejemplo, existen leyes (dice Sócrates) que nos instan a mantener la calma en medio de las desdichas, es decir, la obediencia a las leyes es entendida aquí como el elemento que es capaz de controlar los impulsos; dicho en otras palabras, es la subordinación del pathos(1) por el nomos(2). 

Es por eso que la razón sigue siendo el elemento que debiera dominar a los otros, ya que forma parte de las leyes. De la misma forma, como se debe obedecer a la razón en las cuestiones del alma, se debe obedecer a las leyes en cuanto a las cuestiones de la ciudad.

Es así que la razón y las leyes nos dan por consiguiente el elemento reflexivo el cual no se puede imitar, mientras que el ''pathos'' sería el elemento irritante e irreflexivo que si se puede imitar. Por eso, Sócrates acusa a los poetas imitativos de corromper la ciudad porque ellos son los que tienen cercanía con el elemento imitativo y aparente-


Capítulo VII
Sócrates-Glaucón

Aún queda más para acusar a los poetas de corrupción en la ciudad. En la Antigua Grecia, los ciudadanos tenían una especie de catarsis al leer las poesías de Homero y cada ciudadano se identificaba con los personajes ya sea llorando, sintiéndose orgullosos o  sintiendo miedo por los dioses. No obstante, cuando a los mismos ciudadanos les pasa una desgracia, no lloran o sienten una catarsis sino que al contrario, son capaces de dominarse e incluso reflexionar sobre lo ocurrido.

Evidentemente, cuando nos ocurre una desgracia siempre tratamos de contenernos de las emocionas que nos embargan. Por otro lado, hay gente que al no ser educada en las disposiciones del alma, deja que todos estos sentimientos afloren y embarguen totalmente el alma.

Capítulo VIII
Sócrates-Glaucón


La poesía, dice finalmente Sócrates, debe ser desterrada de la ciudad por corromper a los seres humanos. Además, la discordia entre la filosofía y la poesía ya venía dándose de mucho tiempo atrás. 

Pareciera ser que para Sócrates, la poesía no tiene justificación en la ciudad al estar directamente relacionada con la imitación y el mundo de las apariencias. En la creación de la ciudad, la poesía no estaría contemplada y si existiera debe ser desterrada inmediatamente por estar completamente alejada de la realidad.

Capítulo IX
Sócrates-Glaucón


Pasando directamente a otro tema, Sócrates le propone a Glaucón examinar las características del alma desde otro ámbito. Sócrates dice que el alma es inmortal y para demostrarlo lo hará de la siguiente manera:
  • Existen cosas buenas y cosas malas.
  • Las cosas buenas permanecen y benefician mientras que las malas perecen y se destruyen.
Ahora, todas las cosas tienen una enfermedad o un elemento malo que las destruye hasta hacerlas perecer totalmente. Sin embargo, hay una enfermedad que pervierten y corrompen a un ser, pero sin llegar a destruirlo. Entre estos seres está el alma. Por más que el alma se pervierta, nunca puede ser destruida. Por ejemplo, se dice que la injusticia y otro males pueden corromper el alma, pero por más que se corrompa, jamás va a dejar de ser alma. Por lo demás, nada que sea ajeno al alma puede destruirla. 

y halando del cuerpo, este sí puede ser destruido por medio de la enfermedad. Los alimentos rancios o podridos producen la enfermedad que mata al cuerpo. 


Capítulo X y XI
Sócrates-Glaucón
Naturaleza del alma(2)

Por más que se destruya el cuerpo en miles de pedazos, el alma no muere y sigue viva. Sí puede que el alma se vuelva más injusta e impía, pero eso no implicaría necesariamente su destrucción, más bien su corrupción. 

Como, conclusión aquello que no puede perecer, existe para siempre y por toda la eternidad. Ahora, para observar la naturaleza del alma, a ésta se le tiene que quitar todas las injusticias y perversiones que la hayan corrompido, es necesario observar la naturaleza del alma en su esencia más pura, fuera de sus corrupciones. Cabe destacar que el alma también pertenece a una concepción divina.

Capítulo XII
Sócrates-Glaucón


La práctica de la justicia sería la práctica más adecuada para el alma, aún cuando podamos usar el argumento del anillo de Giges. Por otro lado, el hombre injusto que quisiera pasar por hombre justo, sería severamente castigado por los dioses, ya que el alma pertenece a una concepción divina y los dioses pueden identificar a las almas verdaderamente justas e injustas. Por lo tanto, se sabría quien está siendo justo en apariencia.

Capítulo XIII
Sócrates-Glaucón


Para explicar la vida después de la muerte, Sócrates relata el mito de Er, hijo de Armenio:

Er fue un guerrero que murió había muerto en una guerra. A los diez días de haber recogido todos los cadáveres que quedaron en la tierra, se recogió el de Er. El cuerpo estaba en buen estado, lo iban a colocar en la pira y de repente resucitó. Inmediatamente, Er se dispuso a contar todo lo que había cuando estaba muerto. 

Dijo que, después de salir del cuerpo, su alma se había puesto en camino con otras muchas y habían llegado a un lugar maravilloso donde aparecían en la tierra dos aberturas que comunicaban entre sí y otras dos arriba en el cielo, frente a ellas. En mitad había unos jueces que, una vez pronunciados sus juicios, mandaban a los justos que fueran subiendo a través del cielo, por el camino de la derecha, tras haberles colgado por delante un rótulo con lo juzgado; y a los injustos les ordenaban ir hacia abajo por el camino de la izquierda, llevando también, estos detrás, la señal de todo lo que habían hecho. Y, al adelantarse él, le dijeron que debía ser nuncio de las cosas de allá para los hombres y le invitaron a que oyera y contemplara cuanto había en aquel lugar; y así vio cómo, por una de las aberturas del cielo y otra de la tierra, se marchaban las almas después de juzgadas; y cómo, por una de las otras dos, salían de la tierra llenas de suciedad y de polvo, mientras por la restante bajaban más almas, limpias, desde el cielo. Y las que iban llegando parecían venir de un largo viaje y, saliendo contentas a la pradera, acampaban  como en una gran feria, y todas las que se conocían se saludaban y las que venían de la tierra se informaban de las demás en cuanto a las cosas de allá, y las que venían del cielo, de lo tocante a aquellas otras; y se hacían mutuamente sus relatos, las unas entre gemidos y llantos, recordando cuántas y cuán grandes cosas habían pasado y visto en su  viaje subterráneo, que había durado mil años; y las que venían del cielo hablaban de su bienaventuranza y de visiones de indescriptible hermosura.

Básicamente, lo que quiere decir este mito, es que después de la muerte todo se paga; si se fue un hombre injusto, se le castigará a ese hombre diez veces peor con respecto de las injusticias que él cometió; en cambio al hombre justo, eran recompensados en la misma proporción.

Capítulo XIV
Sócrates-Glaucón



El relato de Er continúa describiendo lo que es el Tártaro y el Hades. 

En efecto, entre otros espectáculos terribles hemos contemplado el siguiente: una vez que estuvimos cerca de la abertura y a punto de subir, tras haber pasado por todo lo demás, vimos de pronto a ese Ardieo y a otros, tiranos en su mayoría. Y había también algunos particulares de los más pecadores, a todos los cuales la abertura, cuando ya pensaban que iban a subir, no los recibía, sino que, por el contrario, daba un mugido cada vez que uno de estos sujetos, incurables en su perversidad o que no habían pagado suficientemente su pena, trataba de subir. Entonces –contaba– unos hombres salvajes y, según podía verse, henchidos de fuego, que estaban allá y oían el mugido, se llevaban a los unos cogiéndolos por medio, y a Ardieo y a otros les ataban las manos, los pies y la cabeza y, arrojándolos por tierra y desollándolos, los sacaban a orilla del camino, los desgarraban sobre unos aspálatos y declaraban a los que iban pasando por qué motivos y cómo los llevaban para arrojarlos al Tártaro"

Aquellos eran los castigos que daban a los impíos en el Hades. Ahora pasaba a describir ese universo en general:

Y, después de pasar siete días en la pradera, cada uno tenía que levantar el campo en el octavo y ponerse en marcha; y otros cuatro días después llegaban a un paraje desde cuya altura podían dominar la luz extendida a través del cielo y de la tierra, luz recta como una columna y semejante, más que a ninguna otra, a la del arco iris, bien que más brillante y más pura. Llegaban a ella en un día de jornada y allí, en la mitad de la luz, vieron, tendidos desde el cielo, los extremos de las cadenas, porque esta luz encadenaba el cielo sujetando toda su esfera como las ligaduras de las trirremes. Y desde los extremos vieron tendido el huso de la Necesidad, merced al cual giran todas las esferas. Su vara y su gancho eran de acero, y la tortera, de una mezcla de esta y de otras materias. Y la naturaleza de esa tortera era la siguiente: su forma, como las de aquí, pero, según lo que dijo, había que concebirla a la manera de una tortera vacía y enteramente hueca en la que se hubiese embutido otra semejante más pequeña, como las cajas cuando se ajustan unas dentro de otras; y así una tercera y una cuarta y otras cuatro más. Ocho eran, en efecto, las torteras en total, metidas unas en otras, y mostraban arriba sus bordes como círculos, formando la superficie continua de una sola tortera alrededor de la vara que atravesaba de parte a parte el centro de la octava.

La tortera primera y exterior tenía más ancho que el de las otras su borde circular; seguíale en anchura el de la sexta; el tercero era el de la cuarta; el cuarto, el de la octava; el quinto, el de la séptima; el sexto, el de la quinta; el séptimo, el de la tercera, y el octavo, el de la segunda. El borde de la tortera mayor era también el más estrellado; el de la séptima, el más brillante; el de la octava recibía su color del brillo que le daba el de la séptima; los de la segunda y la quinta eran semejantes entre sí y más amarillentos que los otros; el tercero era el más blanco de color; el cuarto, rojizo y el sexto tenía el segundo lugar por su blancura. El huso todo daba vueltas con movimiento uniforme, y ese todo que así giraba los siete círculos más interiores daban vueltas a su vez, lentamente y en sentido contrario al conjunto; de ellos el que llevaba más velocidad era el octavo; seguíanle el séptimo, el sexto y el quinto, los tres a una; el cuarto les parecía que era el tercero en la velocidad de ese movimiento retrógrado; el tercero, el cuarto; y el segundo, el quinto. 

El huso mismo giraba en la falda de la Necesidad, y encima de cada uno de los círculos iba una Sirena que daba también vueltas y lanzaba una voz siempre del mismo tono; y de todas las voces, que eran ocho, se formaba un acorde. Había otras tres mujeres sentadas en círculo, cada una en un trono y a distancias iguales; eran las Parcas, hijas de la Necesidad, vestidas de blanco y con ínfulas en la cabeza: Láquesis, Cloto y Átropo. Cantaban al son de las Sirenas: Láquesis, las cosas pasadas; Cloto, las presentes y Átropo, las futuras. Cloto, puesta la mano derecha en el huso, ayudaba de tiempo en tiempo el giro del círculo exterior; del mismo modo hacía girar Átropo los círculos interiores con su izquierda; y Láquesis, aplicando ya la derecha, ya la izquierda, hacía otro tanto alternativamente con el uno y los otros de estos círculos. 


Capítulo XV
Sócrates-Glaucón


Los que llegaban allá tenían que presentarse con Laquesis de quién decía lo siguiente:

Ésta es la palabra de la virgen Láquesis, hija de la Necesidad: ‘Almas efímeras, he aquí que comienza para vosotras una nueva carrera caduca en condición mortal. No será el Hado quien os elija, sino que vosotras elegiréis vuestro hado. Que el que salga por suerte el primero, escoja el primero su género de vida, al que ha de quedar inexorablemente unido. La virtud, empero, no admite dueño; cada uno participará más o menos de ella según la honra o el menosprecio en que la tenga. La responsabilidad es del que elige; no hay culpa alguna en la Divinidad. 

Luego se empezaba a relatar lo que le pasó a Er.

Habiendo hablado así, arrojó los lotes a la multitud y cada cual alzó el que había caído a su lado, excepto el mismo Er, a quien no se le permitió hacerlo así; y, al cogerlo, quedaban enterados del puesto que les había caído en suerte. A continuación puso el adivino en tierra, delante de ellos, los modelos de vida en número mucho mayor que el de ellos mismos; y las había de todas clases: vidas de toda suerte de animales y el total de las vidas humanas. Contábanse entre ellas existencias de tiranos: las unas, llevadas hasta el fin; las otras, deshechas en mitad y terminadas en pobrezas, destierros y mendigueces. Y había vidas de hombres famosos, los unos por su apostura y belleza o por su robustez y vigor en la lucha, los otros por su nacimiento y las hazañas de sus progenitores; las había asimismo de hombres oscuros y otro tanto ocurría con las de las mujeres. No había, empero, allí categorías de alma, por ser forzoso que estas resultasen diferentes según la vida que eligieran; pero todo lo demás aparecía mezclado entre sí y con accidentes diversos de pobrezas y riquezas, de enfermedades y salud, y una parte se quedaba en la mitad de estos extremos

Así, Sócrates advierte a Glaucón que se debe siempre obrar correctamente si no se quiere caer en el Tártaro o ser castigado por los dioses.

Capítulo XVI
Sócrates-Glaucón

Fue entonces cuando Er dijo que el mensajero del otro mundo le dijo:

"Hasta para el último que venga, si elige con discreción y vive con cuidado, hay una  vida amable y buena. Que no se descuide quien elija primero ni se desanime quien elija el último". 

Y contaba que, una vez dicho esto, el que había sido primero por la suerte se acercó derechamente y escogió la mayor tiranía; y por su necedad y avidez no hizo previamente el conveniente examen, sino que se le pasó por alto que en ello iba el fatal destino de devorar a sus hijos y otras calamidades; mas después que lo miró despacio, se daba de golpes y lamentaba su preferencia, saliéndose de las prescripciones del adivino, porque no se reconocía culpable de aquellas desgracias, sino que acusaba a la fortuna, a los hados y a todo antes que a sí mismo. Y este era de los que habían venido del cielo y en su vida anterior había vivido en una república bien ordenada y había tenido su parte de virtud por hábito, pero sin filosofía. Y en general, entre los así chasqueados no eran los menos los que habían venido del cielo, por no estar estos ejercitados en los trabajos, mientras que la mayor parte de los procedentes de la tierra, por haber padecido ellos mismos y haber visto padecer a los demás, no hacían sus elecciones tan deprisa. De esto, y de la suerte que les había caído, les venía a las más de las almas ese cambio de bienes y males. Porque cualquiera que, cada vez que viniera a esta vida, filosofara sanamente y no tuviera en el sorteo uno de los últimos puestos, podría, según lo que de allá se contaba, no solo ser feliz aquí, sino tener de acá para allá y al regreso de allá para acá un camino fácil y celeste, no ya escarpado y subterráneo. 

Tal –decía– era aquel interesante espectáculo en que las almas, una por una, escogían sus vidas; el cual, al mismo tiempo, resultaba lastimoso, ridículo y extraño, porque la mayor parte de las veces se hacía la elección según aquello a lo que se estaba habituado en la vida anterior. Y dijo que había visto allí cómo el alma que en un tiempo había sido de Orfeo elegía vida de cisne, en odio del linaje femenil, ya que no quería nacer engendrada en mujer a causa de la muerte que sufrió a manos de estas; había visto también al alma de Támiras, que escogía vida de ruiseñor, y a un cisne que, en la elección, cambiaba su vida por la humana, cosa que hacían también otros animales cantores. El alma a quien había tocado el lote veinteno había elegido vida de león, y era la de Ayante Telamonio, que rehusaba volver a ser hombre, acordándose del juicio de las armas. La siguiente era la de Agamenón, la cual, odiando también, a causa de sus padecimientos, al linaje humano, había tomado en el cambio una vida de águila. El alma de Atalanta, que sacó suerte entre las de en medio, no pudo pasar adelante viendo los grandes honores de un cierto atleta, sino que los tomó para sí. Después de esta vio el alma de Epeo, hijo de Panopeo, que trocó su condición por la de una mujer laboriosa; y, ya entre las últimas, a la del ridículo Tersites, que revistió forma de mono. Y ocurrió que, última de todas por la suerte, iba a hacer su elección el alma de Ulises y, dando de lado a su ambición con el recuerdo de sus anteriores fatigas, buscaba, dando vueltas durante largo rato, la vida de un hombre común y desocupado y por fin la halló echada en cierto lugar y olvidada por los otros y, una vez que la vio, dijo que lo mismo habría hecho de haber salido la primera y la escogió con gozo. De igual manera se hacían las transformacionesde los animales en hombres o en otros animales: los animales injustos se cambiaban en fieras; los justos, en animales mansos, y se daban también mezclas de toda clase.  

Y después de haber elegido su vida todas las almas, se acercaban a Láquesis por el orden mismo que les había tocado; y ella daba a cada uno, como guardián de su vida y cumplidor de su elección, el hado que había escogido. Este llevaba entonces al alma hacia Cloto y la ponía bajo su mano y bajo el giro del huso movido por ella, sancionando así el destino que había elegido al venirle su turno. Después de haber tocado en el huso se le llevaba al hilado de Átropo, el cual hacía irreversible lo dispuesto; de allí, sin que pudiera volverse, iba al pie del trono de la Necesidad y, pasando al otro lado y acabando de pasar asimismo los demás, se encaminaban todos al campo del Olvido a través de un terrible calor de asfixia, porque dicho campo estaba desnudo de árboles y de todo cuanto produce la tierra. Al venir la tarde acampaban junto al río de la Despreocupación, cuya agua no puede contenerse en vasija alguna; y a todos les era forzoso beber una cierta cantidad de aquella agua, de la cual bebían más de la medida los que no eran contenidos por la discreción, y al beber cada cual se olvidaba de todas las cosas. Y, una vez que se habían acostado y eran las horas de la medianoche, se produjo un trueno y temblor de tierra y al punto cada uno era elevado por un sitio distinto para su nacimiento, deslizándose todos a manera de estrellas. A él, sin embargo, le habían impedido que bebiera del agua; pero por qué vía y de qué modo había llegado a su cuerpo no lo sabía, sino que de pronto, levantando la vista, se había visto al amanecer yacente en la pira.

Finalmente, Sócrates termina el relato del mito de Er para enseñar a Glaucón el deber del ciudadano de ser bueno y justo, ya que de lo contrario, tendría los mayores castigos de parte de los dioses.



Conclusión

Sin duda es duro el juicio que Sócrates hace a la poesía imitativa, considerando que esta deba estar fuera de la ciudad. El alumno de Platón, Aristóteles, será quien rescate a la poesía de la censura total que Platón hace en esta excelsa obra. Por otro lado, es interesante ver la concepción que Platón tiene de la muerte y sobre las cosas que pasan en el Hades y el Tártaro. Mucha similitud tiene esta perspectiva cultural de la vida después de la muerte que seguramente, los cristianos tomarán para explicar lo que compete a su aspecto.

Este es el final del análisis del libro ''La República'' espero que les haya servido y cualquier cosa, pueden dejar un comentario al final de la pagina. Muchas gracias por leer estos apuntes.









8 comentarios:

  1. Hola estaría muy bueno, que lo comentaran la lectura es tediosa!!

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  2. me ha ayudado muchísimo el resumen mientras leía el libro original para comprender mucho más lo que quería trasmitir Platón! Muchas gracias! :)

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  3. amigo, muchas gracias por tu trabajo

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  4. Me sirvió mucho, te lo agradezco infinitamente c:

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  5. Muchísimas gracias, profesor

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  6. Muchas gracias, muy buen resumen y guía par desentrañar esta madeja.

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